jueves, 26 de marzo de 2009

Sobre la muerte como parte de la vida


Hace un par de días recibimos una tarjeta agradeciendo por haber asistido al funeral del tío de Loly, Toño Chacana. Cuando finalmente murió, tío Toño había padecido tozudamente los embates de un cáncer de colon, usando el buen humor para exprimirle un segundo más a su existencia. Chacana había sido un personaje muy conocido en los círculos de la noche cruceña. Siempre presto a producir a grandes y pequeños músicos, era uno de esos promotores invisibles del jolgorio ajeno. Cuando llegué al velorio empecé a intuir cuan irreal iba a transcurrir la jornada. El día en que familiares y amigos lo despidieron era, precisamente, el día del músico.

Inmediatamente me vino a la mente aquel cuento que García Márquez nunca escribió. Para aquel fallido cuento Gabo se inspiró en un sueño donde se veía muerto, festejando con sus amigos más entrañables en medio de su propia procesión fúnebre. El autor de “Cien años de Soledad” nunca pudo darle el tono preciso de fiesta perfecta con la cual soñó, por eso lo abandonó. Mientras recordaba aquello se iban llenando las sillas en medio del patio, a la sombra de una parra de uva. El ataúd estaba a un costado, escondido en un cuarto en penumbras, acompañado por una pareja de ancianos. El señor usaba tirantes y vestía pulcramente. Se podía ver que eran extranjeros. Eran los padres del muerto que llegaron apenas a tiempo para pasar el último día con vida de su hijo. Luego los cantos comenzaron. En un improvisado escenario fueron desfilando, cantantes de música oriental, rockeros, jóvenes con cabello largo y tatuajes, señoras de mediana edad con un potente do de pecho, nuevos cantantes, músicos viejos, autores de siempre. Todos rindiendo el último tributo a su amigo, llorando y cantando.

Muchas veces la forma como morimos define, en un instante, la esencia de nuestro paso por la vida. Recordé a Alberto, acabado también por un cáncer de estomago, producido con toda seguridad por sus más de 20 años de alcoholismo sin pausa. Siempre asiduo de la casa de mis suegros, era el que ayudaba acá y molestaba allá. Algunas veces se ausentaba días, semanas, pero sabíamos que aparecería tarde o temprano, con su mirada vidriosa, cariñoso si era el final de la tarde. La última vez se perdió por casi un año, y aunque sabíamos que el hombre estaba enfermo nos sacudió la noticia de su muerte. Era, al final de cuentas, parte de la familia. Cuando le contamos por teléfono a mi suegro la noticia, nos contó que la noche anterior se había soñado con él. Alberto se despedía de su amigo mostrándole sus botas nuevas.

También recordé a Don Wilson, amigo de mi padre. Recordé su rostro moteado por la viruela y como expresaba la seguridad de un hombre que no pide disculpas por el desorden que deja a su paso por el mundo. En sus últimos días, a pesar de estar recluido a la silla de ruedas, no ansió ni por un segundo que sus días se acabasen pronto. El hombre era orgulloso. Cuando finalmente la certeza de la muerte lo invadió, en una solitaria noche en la cama de un hospital, trató de dar pelea y le pidió al muchacho que lo cuidaba que cerrará la puerta, porque su alma se quería escapar.

Todo esto me cayó como una epifanía al llegar al cementerio. Mientras escuchaba a un trompetista afligido con todo el dolor del mundo despedir a su amigo con sordas notas, reconocí al hombre apoyado en un mausoleo humedecido por el tiempo. Morocuá, el payaso más famoso del pueblo, lloraba también.

martes, 24 de marzo de 2009

Sobre animales y sus amos

Hace unas semanas, Warren Mccaig, el único pastor que conozco que le gusta tanto leer filosofía como jugar Rockband en su Xbox, demostró su amor por su perro "Jerry" al revivirlo dándole respiración boca a boca (o boca a nariz). Al parecer el animal (Jerry), habia sido envenenado.

Días despues, en una de las míticas lluvias que nos esta acostumbrando el calentamiento global en tierras grigotanas, Alvaro (alias Caraseca), consideraba seriamente hacer lo mismo con la reproductora de la granja de cerdos del Hogar Nacer, que está a su cargo. Al parecer Caraseca no dudo en arrojarse al atajao de los patos para cargar los más de 100 kilos del moribundo animal. La cerda murio ahogada luego de escaparse del corral. A diferencia del primer caso, fue el miedo a la reprienda y no el amor lo que movio tan heroico accionar.

El viernes pasado me alegre de ver a Jerry en buena forma. A la cerda nos la comimos hace dos semanas.



La no-violencia como estrategia política


Durante la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos la estrategia que usaron los activistas contra el poder racista del sur, no estuvo definida por líneas culturales, filosóficas, políticas o teológicas. La elección de la no-violencia como estrategia de lucha fue convenida porque la misma era políticamente correcta. Evitar tenazmente caer en el ojo por ojo ante la embestida de los bastones de la policía sureña estadounidense, no significó una entereza particular de los activistas, sino la certeza de que ante la desventaja en la relación de fuerzas, la superioridad moral implícita en su accionar político les llevaría a la victoria final. La no-violencia no significa pasividad ante la injusticia, sino más bien, es la respuesta activa que desarma a la locura del terror mediante la integridad en una respuesta moralmente superior. Asimismo, una contestación no-violenta impide la necesidad de revancha que acrecienta el caos reinante, desconcertando las expectativas de sangre que tiene el rival.

Es necesario una dirigencia valiente que proponga una base ética opuesta a la del gobierno nacional para las diferentes medidas que se podrán tomar a lo largo de los meses o años que dure el quiebre histórico en Bolivia. Así como lo hicieron los activistas sureños, la dirigencia también tendrá que articular todas las expresiones de insatisfacción, todas las medidas de presión, todas las protestas, marchas, tomas y bloqueos mediante los lineamientos de la no-violencia para que la estrategia sea efectiva. Estas acciones, aunque puedan ser tildadas como ilegales en su forma, contendrán la legitimidad tácita concedida por su honestidad moral. Llámense Conalde, Prefecturas, Comités Cívicos o cualquier articulador político contrario a los afanes dictatoriales del gobierno nacional, tendrá que tomar las riendas del descontento generalizado y transformarlo en medidas efectivas que contengan la ética necesaria para contrarrestar el maquiavélico manejo del estado que hace el partido en gobierno.

Fue Gandhi, aquel que llevó por primera vez la No Violencia de principio filosófico a instrumento político, el que afirmó que algunas veces los líderes deben apurar el paso, y seguir al pueblo, pues éste ya se puso en marcha. El último movimiento de peones del gobierno nacional y el desborde tangible que vemos en las filas de la media luna, hace prever que la guerra fría en Bolivia llega a su fin. Estamos ante una disyuntiva histórica en donde la responsabilidad de los actores define la supervivencia de Bolivia como país democrático, y esa supervivencia se dará en la medida de que se haga un manejo responsable de los medios a utilizar, puesto que en realidad, no tenemos control real del fin.


(publicado en el periódico "EL Deber", el 12 de septiembre del 2008)