miércoles, 26 de octubre de 2011

La fuga

Bajo licencia CC

Le pidió que lo dejara. Le quiso hacer entender que la vida es así. Que nada es eterno. Que por más que nos empecinemos en ser inmortales, el sol nos resecará irremediablemente. Le dijo que no había culpa en la muerte. Que ya estaba viejo y no quería apagarse lejos de casa. "Acordate del Carretero", le suplicó, "él fue el primero en escapar, ¿y dónde acabó?, pudriéndose en el camino que va a Cotoca".

"No seas sonso cabezón", le respondió Trenzas sacándose el sombrero para pasar desapercibido, "hay que escapar, esta ya no es nuestra casa". Aunque a esa hora de la madrugada pocos autos transitaban por el segundo anillo, no quería correr riesgos innecesarios. Un conductor con un sombrero como ese, iba a ser detenido por cualquier patrullero necesitado de dinero. "Pronto encontraremos un buen lugar y seguiremos en las andadas", le dijo mientras miraba la aguja del tanque de combustible. "Allá te olvidaras de este discursito acerca de la muerte y todos estos operios melancólicos con que me estás llenando. Ya lo verás. Me darás las gracias. Además, después de tanto trabajo que me costó sacarte de donde estabas !Ahora te echas para atrás!", le soltó con su sonrisa de niño con volantín nuevo.

Nadie habló durante unos minutos.
 
"¡Ahí está la flaca!", dijo Trenzas.

La flaca era una mujer de casi cien kilos, que vestía
completamente de negro y con un par de anteojos dorados, con vidrios gruesos como de culo de botella. 

"Apurate, subite", le gritó Trenzas al verla que dudaba. La mujer de negro obedeció empujando su humanidad dentro del toyotita que acababan de robar. Resoplaba por el esfuerzo. Los años en que embrujaba a los hombres incautos habían quedado atras y no volverían. 

"Casi no te reconozco sin tu sombrero", dijo la flaca, "Me hubieras dicho en que auto iban a venir". 

Nadie le respondió. 

Midió brevemente a sus compañeros de siempre, y entendió qué estaba pasando. El cabezón había mostrado poco entusiasmo desde la primera vez que Trenzas les compartió su idea. Ella entendía sus dudas. Entendía que para él desenterrarse de su historia era traumático. Que él era diferente a ellos, estaba hecho de distinta madera. Que para él, caminar no era sinónimo de avanzar. Decidió desempatar el juego. 

Tomó la mano derecha de Trenzas, la que descansaba en el volante, con la misma ternura de una madre con su hijo cuando aprende a manejar bici. Este la miro sobresaltado. "No todos queremos ser niños para siempre" le dijo. El niño-hombre sostuvo su mirada un momento para luego caer en lo irremediable de la situación, viendo el camino que solo la verdad desnuda puede develar.

"Somos los últimos, no deberíamos separarnos", les dijo con toda la tristeza del mundo. 
Decidieron que lo mejor era dejarlo en la puerta del canal 9, para que lo encontraran rápido. Ya en el lugar, se fundieron en un abrazo, o algo así, sabedores que nunca más se verian. Luego partieron dejando a su amigo el Mojón con Cara, alias cabezón, descansando en la grama. Las luces traseras del toyotita se fueron empequeñeciendo en la carretera, mientras que en su interior el Duende y la Viudita meditaban acerca de la posibilidad de encontrar un nuevo hogar, donde pudieran volver a asustar borrachos y trenzar cabellos, lejos de la televisión y el internet.

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