viernes, 15 de mayo de 2009

Sobre la posibilidad de pais

El siguiente artículo fue publicado en El Deber el 20 de noviembre del año pasado. Aunque solo han pasado unos pocos meses la posibilidad de un pacto social es muy improbable (la asamblea constituyente fue solo un espejismo), creo que la lectura de la etiología del continuo estado de crisis del país es ajeno al paso del tiempo.

Afinar la autonomía como proyecto nacional
Lo que antes apenas lográbamos intuir, como algo etéreo, hoy se nos presenta sólido, terrenal, incuestionable… Esa verdad desnuda y lacerante con la que tropezamos en cada esquina durante esta disyuntiva histórica es la certeza de que Bolivia, como símbolo anudador de la diversidad en el territorio nacional, es un espejismo.
Hoy nadie puede negar que el proceso reformista que desembocó en la fallida Asamblea Constituyente fue necesario. La caducidad de Bolivia como símbolo de nación era perceptible desde antes de que el indigenismo de Evo Morales se convirtiera en la primera fuerza política en el país, o desde antes de que las autonomías fueran causa común en más de la mitad del territorio nacional.
En el primer Gobierno de Goni se incorporó lo multiétnico y lo pluricultural en el primer artículo de la Constitución Política del Estado (CPE), poniendo en evidencia que la cualidad unitaria en ésta no representaba la realidad. Tanto en las montañas como en la llanura, para mestizos o indígenas, ricos o pobres, cambas o collas, los símbolos que tiraban del imaginario colectivo relacionado con conceptos de nación y patria eran otros. Lo nacional era un ropaje impuesto, algo que sólo estaba ahí.
Nacida en el oriente, la descentralización autonómica se ha convertido en el elemento nodal de la reforma constitucional. La autonomía se consolida como el instrumento ideal para lograr un pacto nacional y la unificación del país. Sin embargo, si se pretende cimentar la unidad de Bolivia en un experimento político en torno a la asociación de identidades nacionales, viable en otras regiones del mundo, la complejidad de la coyuntura boliviana lo hace incompleto. Lo legal no implica lo simbólico.
En ese sentido, el nacionalismo indígena llevado al extremo por el partido en función de Gobierno es, en parte, una respuesta inviable a una pregunta sin formular, aquélla que apunta a un agujero donde debería encontrarse la identidad nacional. Es la falta en torno a lo boliviano lo que se pretende reconstruir tras cada guerra perdida, heroicamente tal vez, pero perdida al fin. Por esto, ambos proyectos, con sus luces y sus sombras, tienen una misma raíz.
Como queda evidenciado en la dinámica nacional, el proyecto autonómico es el único que puede llegar a buen puerto, puesto que su organización política y económica es viable en la aldea global. Dentro de las variables de autonomías propuestas, la salida práctica sería aquélla que mencionábamos como posibilidad: la de una asociación de Estados-nación con identidades diferentes. Pero como lo racional no domina los designios de lo humano (el Gobierno es una muestra tragicómica de lo expresado), el pacto entre diferencias complementarias ha sucumbido frente a la vorágine de la violencia. Queda entonces afinar la autonomía para que sea atractiva al rival. Acaso el paso inicial sea, como lo entendieron los analistas constitucionales, el pacto en torno a las autonomías indígenas (no así las autonomías regionales, que son impracticables).
La autonomía es la fórmula última para que lo boliviano deje de ser un signo vacío, y para esto necesita arroparse con los colores simbólicos de una posibilidad de país. Lo otro, más allá de nuestras intenciones, sólo nos conducirá al abismo de una guerra civil.

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