viernes, 4 de mayo de 2012

Verdad y Libertad


La esperanza no se pierde, la esperanza siempre está. La cotidianeidad puede tratar de socavar las bases que sostienen el futuro que uno se construye. Rascan, roen, con paciencia, sin interrupción. Pero la esperanza sobrevive. La fe no se pierde. El problema no es el día a día. No son los vientos de las dificultades que azotan nuestro puerto seguro los que al final nos vencen. No es el hambre y el dolor que pasamos a veces. Desde los días del primer hombre la vida conspira con hacer desfallecer al humano. Pero la esperanza siempre sobrevive. Lo cotidiano no mata a la esperanza. La mayor amenaza hacia el optimismo es la utopía enlatada. Aquellos espejismos que nos venden desde pequeños con el fin de que confiemos en un sistema cínico. Un aparato construido, a veces conscientemente, para que enfoquemos nuestras energías en lo imposible. En el cuento de hadas moderno. Para que creamos que encontraremos la olla de oro al final del arcoíris. De que este mundo recompensa al justo en su vida terrenal. De que el bueno de la película siempre llega vivo al final. Que si trabajamos duro, hacemos nuestros deberes y tomamos nuestras vitaminas el triunfo personal estará asegurado. No, no es eso. Lo que finalmente mata la esperanza es no abrir los ojos. Es no darse cuenta que el mundo no es un lugar feliz. Que no es un lugar justo. Que el hombre fue, es y será el lobo del hombre. Lo que mata la esperanza es empecinarnos a leer el porvenir con los anteojos que nos proporciona el perverso. La esperanza, la verdadera esperanza, va más allá de los resultados de la economía coyuntural. Va más allá de los triunfos nacionales o personales. La verdadera esperanza se basa en la convicción de que a pesar de que comprendamos que este mundo no nos recompensará por el bien sembrado, vale la pena abrazar con optimismo el futuro. La verdadera esperanza es la que sobrevive el trauma de reconocer que nos mintieron. Es reconocer, ante el umbral de la muerte, que no éramos el titiritero sino muñecos bailando en hilos invisibles, y aún así creer en lo justo. Porque la verdadera esperanza sobrevive a la muerte. Porque cuando gritamos buscando la verdad, es la libertad la que voltea y nos sonríe. 

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