viernes, 3 de abril de 2009
Acerca de nuestros migrantes
Pancho, mi primo, esta en Japón. La cosa no da para sonreír. La crisis mundial llegó al país de Hayao Miyasaki. Resultado: Pancho esta cesante. La noche antes de que parta, hace un par de años, nos reunimos los primos más cercanos, aquellos que nos identificamos porque tenemos un sentido del humor parecido, que es una forma elegante de decir que nos reímos de las mismas tonterías. Nos sacamos unas fotos y fuimos a un café del centro. Contábamos con que Nano, mayor que nosotros, nos acercara de vuelta a la casa del viajero, pues él nos había llevado. Como pueden adivinar nos vimos obligados a volver a pié, en la madrugada cruceña. Así es Nano, algo distraido. Una vez charlando en uno de los inmutables churrascos de sábados por la tarde en la casa de la abuela, lo escuche haciendo planes para exactamente la misma hora en que habíamos quedado para jugar pelota tan sólo cinco minutos antes. Lo cierto es que nos hizo un favor. La caminata facilitó la digestión y el adiós. Las calles desnudas de gente y automóviles emocionó a tal punto el corazón minimalista de mi hermano Javier, que prometió hacer un cortometraje de esa noche. El fue el único que se permitió soltar una lágrima cuando abrazamos a Pancho en la puerta de su casa. Ya en el aeropuerto, le toco el turno a mi tío de sorprenderme cuando, rompiendo la rigidez japonesa, abrazó fuertemente a su hijo, estoy seguro que no era la primera vez que lo hacía, pero no recuerdo haberlo visto antes.
Pancho es uno de los afortunados, regresará a fin de año con el dinero suficiente para seguir estudiando. Ese era el plan. Existen otras historias para las cuales parece más difícil un final feliz. La hermana de mi esposa vive casi diez años ilegalmente en Estados Unidos. La actual crisis mundial hace improbable una oportuna regulación de su residencia. Mucho más probable es que nosotros vayamos a visitarla, a pesar de nuestros propios problemas económicos. Ciertamente tenemos más facilidades en ese aspecto, aunque no vivamos en el primer mundo.
Si lo pensamos detenidamente, migrar es algo casi natural. Desde que el hombre es hombre camina hacia el horizonte. Lo que en realidad nos asusta es que nunca nos sentimos más indefensos que cuando nos estamos solos. Es la soledad y no el hambre lo que mata a la mayoría de los inmigrantes sin trabajo en las solitarias calles de Tokio o Madrid. Sólos también se quedan nuestro hijos, nuestros hermanos y amigos, escupiendo su rabia por no saber exactamente si están mejor o peor que los que se fueron. Es entonces que me acuerdo de que los chinos tienen una misma palabra para oportunidad y crisis. Me doy cuenta que aunque el país parece desangrarse, con la sangre también viene la vida. Nacemos y morimos en dolor. El dolor por la ausencia es parte de la vida. Los que vuelven por propia voluntad, sin o con dinero habrán ganado. Porque en el proceso dejaron de ser niños y se convirtieron en hombres.
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Bien escrito Oscar. Viviendo ahora en esta ciudad de Toronto, que para el ano 2020 espera ser poblada hasta el 70% por emigrantes, no se puede evitar oir las historias de gente que habla del precio pagado por emigrar, dejando familia, amigos y costumbres....Te recomiendo que mires una nueva pelicula nombrada "Sin Nombre". Ciao.
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