La definición perfecta de aquellos sentimientos encontrados, que nos asaltan al contemplar el desorden urbano cruceño, fue producto fortuito de la usual incontinencia verbal de que es preso Percy Fernández, alcalde municipal de Santa Cruz de la Sierra. La frase que metaforiza la ambivalencia afectiva que se tiene ante la ciudad utiliza dos conceptos: heces y amor. “Esa mierda que uno ama” suena a epifanía que se escapa a codazos entre los delirios de un alcalde que ya no es el de antes, justo como su ciudad amada, aquella que embrujaba al visitante y hacía que un pedacito de su corazón se quedara enterrado en sus arenales. Hoy en día, con el cariño innegociable por nuestra tierra, pero con la certidumbre del desorden reinante, no tenemos otra opción que concluir que a Santa Cruz de la Sierra la parieron pueblo, y desnuda, la lanzaron a la vorágine del grosero progreso urbano. Y es que, aunque poderosa, Santa Cruz está indefensa ante la modernidad, como un inconmensurable toborochi lo está, ante las cuchilladas de los cables de alta tensión.
La cosmopolita capital oriental acarrea años de ir sin rumbo, como animal desbocado que suelta sus amarres. Este desorden nos succiona poco a poco a una espiral de situaciones trágicas: en un microbús, un padre ve deslizar a su hijo hacia la muerte porque un agujero en el piso es disimulado con cartón, también en microbuses mueren varios antes de que se le exijan colocar las puertas a los dueños, o, más recientemente, un menor muere en una plaza municipal, electrocutado mientras jugaba. La muerte siempre es absurda, pero cuando las causas indican la irresponsable ausencia de gestión, es pertinente acusar como responsable a un sistema perverso que no logra despegar de su mediocridad.
No nos engañemos, la actual gestión municipal es mucho mejor que la anterior, eso no los exime sin embargo de, intencionalmente, no implementar planes efectivos para neutralizar problemas como el absoluto caos vehicular, el disfuncional trasporte urbano, la informalidad de los centros de abastecimientos, entre otros. Todos estos conflictos producen inconvenientes diarios a los ciudadanos, mientras tanto, los gestores municipales parecen mirar hacia otro lado, buscando las obras políticamente correctas que no les traigan complicaciones innecesarias con los diferentes sectores, queriendo evitar trabas en su permanencia en el poder.
Bolivia afronta la complicada resolución de diferencias encontradas, siendo el proyecto político cruceño el único que podría sobrevivir intacto mientras una posible disgregación nacional parece inevitable por las ataduras milenarias sin resolver, catalizadas ahora, por el accionar del delirante presidente. Santa Cruz, independientemente del estado de las cosas, necesita de un proyecto urbano sostenible en el tiempo, a través de los diferentes gobiernos municipales, para que la solidez de su proyecto político no se diluya ante el ataque del metal y la piedra de la urbe descontrolada.