miércoles, 17 de junio de 2009

Toborochi Herido




La definición perfecta de aquellos sentimientos encontrados, que nos asaltan al contemplar el desorden urbano cruceño, fue producto fortuito de la usual incontinencia verbal de que es preso Percy Fernández, alcalde municipal de Santa Cruz de la Sierra. La frase que metaforiza la ambivalencia afectiva que se tiene ante la ciudad utiliza dos conceptos: heces y amor. “Esa mierda que uno ama” suena a epifanía que se escapa a codazos entre los delirios de un alcalde que ya no es el de antes, justo como su ciudad amada, aquella que embrujaba al visitante y hacía que un pedacito de su corazón se quedara enterrado en sus arenales. Hoy en día, con el cariño innegociable por nuestra tierra, pero con la certidumbre del desorden reinante, no tenemos otra opción que concluir que a Santa Cruz de la Sierra la parieron pueblo, y desnuda, la lanzaron a la vorágine del grosero progreso urbano. Y es que, aunque poderosa, Santa Cruz está indefensa ante la modernidad, como un inconmensurable toborochi lo está, ante las cuchilladas de los cables de alta tensión.
La cosmopolita capital oriental acarrea años de ir sin rumbo, como animal desbocado que suelta sus amarres. Este desorden nos succiona poco a poco a una espiral de situaciones trágicas: en un microbús, un padre ve deslizar a su hijo hacia la muerte porque un agujero en el piso es disimulado con cartón, también en microbuses mueren varios antes de que se le exijan colocar las puertas a los dueños, o, más recientemente, un menor muere en una plaza municipal, electrocutado mientras jugaba. La muerte siempre es absurda, pero cuando las causas indican la irresponsable ausencia de gestión, es pertinente acusar como responsable a un sistema perverso que no logra despegar de su mediocridad.
No nos engañemos, la actual gestión municipal es mucho mejor que la anterior, eso no los exime sin embargo de, intencionalmente, no implementar planes efectivos para neutralizar problemas como el absoluto caos vehicular, el disfuncional trasporte urbano, la informalidad de los centros de abastecimientos, entre otros. Todos estos conflictos producen inconvenientes diarios a los ciudadanos, mientras tanto, los gestores municipales parecen mirar hacia otro lado, buscando las obras políticamente correctas que no les traigan complicaciones innecesarias con los diferentes sectores, queriendo evitar trabas en su permanencia en el poder.
Bolivia afronta la complicada resolución de diferencias encontradas, siendo el proyecto político cruceño el único que podría sobrevivir intacto mientras una posible disgregación nacional parece inevitable por las ataduras milenarias sin resolver, catalizadas ahora, por el accionar del delirante presidente. Santa Cruz, independientemente del estado de las cosas, necesita de un proyecto urbano sostenible en el tiempo, a través de los diferentes gobiernos municipales, para que la solidez de su proyecto político no se diluya ante el ataque del metal y la piedra de la urbe descontrolada.

viernes, 5 de junio de 2009

Sobre payasos, sueños e ilusiones


Ariel es amigo de mi hermano. Además de actor, periodista y guionista de cortometrajes es artista circense. Relacionado con esta última faceta de su vida nos contó la reacción de sus padres cuando les informó que se unía al circo por unos meses. Su mamá, con lógica irrefutable, pensaba que era un retroceso en su carrera laboral. Había aparecido ya en algunas campañas publicitarias de una telefónica local. Su padre sin embargo, estaba preocupado por enseñarle el truco clave que todo buen payaso debe saber. "Los tirantes", le dijo emocionado, "no sabes las cosas que puedes hacer con los tirantes" mientras deslizaba sus manos sobre los que tenia puestos. Esto me hizo recordar una de las cosas que me atrapo al leer Cien años de Soledad: la sana locura de la estirpe masculina de los Buendia. Mientras que las mujeres eran el cable a tierra en el mundo maravilloso de Macondo, los hombres buscaban la piedra filosofal, descubrían que la tierra era redonda sin salir de sus estudios, comenzaban y terminaban guerras milenarias, descubrían los secretos de los sabios de babilonia, fundaban ciudades, encontraban barcos encallados en plena selva y muchas cosas que me no me permitian parar de leer.

La ficción es tan poderosa porque tiene asidero en como nos desenvolvemos en esta tierra y como interactuamos en nuestras relaciones entre los sexos. Todo hombre tiene un poco del fundador de Macondo. Todos tenemos algo de esa sana locura que nace con nosotros y nunca termina de morir, o nunca podemos matarla. Dicho de una manera simple, todos somos niños en el universo de la fantasía. Todos los varones tenemos un rincón personal que nos conecta con ese espíritu soñador que nos inundaba cuando infantes. Es tal vez, el playstation que usamos a escondidas de nuestras esposas. Es tal vez, el aeroplano a escala que estrellamos los domingos. Es tal vez, el mundo que creamos en las letras, en los libros, o en la red infinita de blogs. Pequeños mundos. Como el principito de Sain
t- Exupéry, como el Dick Sand de Verne.

Creo que Edward Bloom, el personaje central de Big Fish, resume certeramente este espíritu de aventuras cuando dice:

"Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar, y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que solo un iluso seguiría insistiendo. Lo cierto es que yo siempre fuí un iluso"

martes, 2 de junio de 2009

Dos bolivias en las alturas

Mi esposa volvió de un viaje rápido a La Paz. El sur y chilchi arrecia por estos lados por lo que trajo chompas de regalo. Lo que también trajo fue la confirmación de algo que sólo me atrevía a intuir por no haber nunca visitado la sede de gobierno: la división, palpable de razas. Y uso cuidadosamente la palabra raza, y no cultura, estratos sociales o económicos. Uso raza, porque no encuentro otra manera de retratar una linea divisoria en la ciudad de las alturas. En la zona Sur, blancos exclusivamente, en El Alto, aymaras y quechuas también exclusivamente. Se lo que están pensando, en la ciudad de los anillos no es difícil encontrar discriminación. Pero de lo que estoy hablando no es de discriminación, sino de separación de razas. En Santa Cruz, es cierto, hay discriminación, económica, principalmente. Pero pese a todo nos mezclamos. El plan 3000 tan o más pobre que El Alto es un barrio donde se puede encontrar, collas y cambas, indígenas y no indígenas, negros y blancos. No hay una separación tan innegable.

Sospecho entonces la razón del odio. El rencor que da combustible al señor sentado en la silla más importante del país. Entiendo su concepción de revolución indígena, racial, porque fue racial lo que vio como problema.
Intuyo su desdeño por el otro. Entiendo que lo generalizó a los nueve departamentos del país. También entiendo que no me hace el saco, como a muchos en este país. Veo que no tenemos porque participar en la necesidad de revanchismo de un sólo individuo. Son otros los que tendrán que rehacer su concepción de hacer estado. Son otros los que tendrán que integrarse. Por estos lados, hace mucho que estamos más unidos que separados. Por estos parajes, existe una posibilidad de una Bolivia, porque no tenemos miedo de mezclarnos. Tal vez por acá hay muchos que no se quieran, pero se soportan. Lo de los 500 años de segregacionismos les corresponde a otros enmendar.

Mi tesis es incompleta, lo se. Pero esa es la tónica de este país. Sólo alcanzamos parcialmente a intuir lo que significa Bolivia. Sólo la suma de las parcialidades pueden crear patria. Lo demás, son intentos de totalizar el problema y las soluciones, alimentándose de odio y revancha.