viernes, 5 de junio de 2009
Sobre payasos, sueños e ilusiones
Ariel es amigo de mi hermano. Además de actor, periodista y guionista de cortometrajes es artista circense. Relacionado con esta última faceta de su vida nos contó la reacción de sus padres cuando les informó que se unía al circo por unos meses. Su mamá, con lógica irrefutable, pensaba que era un retroceso en su carrera laboral. Había aparecido ya en algunas campañas publicitarias de una telefónica local. Su padre sin embargo, estaba preocupado por enseñarle el truco clave que todo buen payaso debe saber. "Los tirantes", le dijo emocionado, "no sabes las cosas que puedes hacer con los tirantes" mientras deslizaba sus manos sobre los que tenia puestos. Esto me hizo recordar una de las cosas que me atrapo al leer Cien años de Soledad: la sana locura de la estirpe masculina de los Buendia. Mientras que las mujeres eran el cable a tierra en el mundo maravilloso de Macondo, los hombres buscaban la piedra filosofal, descubrían que la tierra era redonda sin salir de sus estudios, comenzaban y terminaban guerras milenarias, descubrían los secretos de los sabios de babilonia, fundaban ciudades, encontraban barcos encallados en plena selva y muchas cosas que me no me permitian parar de leer.
La ficción es tan poderosa porque tiene asidero en como nos desenvolvemos en esta tierra y como interactuamos en nuestras relaciones entre los sexos. Todo hombre tiene un poco del fundador de Macondo. Todos tenemos algo de esa sana locura que nace con nosotros y nunca termina de morir, o nunca podemos matarla. Dicho de una manera simple, todos somos niños en el universo de la fantasía. Todos los varones tenemos un rincón personal que nos conecta con ese espíritu soñador que nos inundaba cuando infantes. Es tal vez, el playstation que usamos a escondidas de nuestras esposas. Es tal vez, el aeroplano a escala que estrellamos los domingos. Es tal vez, el mundo que creamos en las letras, en los libros, o en la red infinita de blogs. Pequeños mundos. Como el principito de Saint- Exupéry, como el Dick Sand de Verne.
Creo que Edward Bloom, el personaje central de Big Fish, resume certeramente este espíritu de aventuras cuando dice:
"Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar, y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que solo un iluso seguiría insistiendo. Lo cierto es que yo siempre fuí un iluso"
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La sana locura de los hombres Buendía fue lo que permitió la existencia de Macondo.
ResponderEliminarY aquí me detengo, que si me pongo a hablar de esa novela no termino más.
:)
Arcángel: Es indudablemente una novela insuperable. Venerada y odiada por las mismas razones.
ResponderEliminarGracias por pasar por aqui.
Hola..pase por aqui..mera casualidad..Aunque la casualidad no existe..Muchas Felicidades por este blog tan lindo cuidate bendiciones sigue escribiendo!!
ResponderEliminarNicol: gracias por tomarte el tiempo de comentar.
ResponderEliminarLos varones nunca dejan de ser niños, las mujeres también, solo que desde niñas, muy niñas nos programan para ser el cable a tierra, pues en vez de regalarnos cohetes que vayan a la luna, espadas para librar grandes batallas, nos regalan muñecas para que practiquemos la maternidad desde muy temprana edad, "doras" de juguete para que pensemos en alimentar a nuestros hijos, vajillas de porcelana... así la imaginación va creciendo tan tímida que a veces no sale a flote nunca.
ResponderEliminarUn saludo!
Vania: No podia estar más de acuerdo con vos.
ResponderEliminarGracias por pasar por aqui