domingo, 18 de octubre de 2009
Heroe
Melgar respiró aliviado al verse solo. Se había quedado dormido. La noche en el chaco apenas comenzaba y el frío era intenso. Luchando contra el sueño se acomodó contra un árbol sin hojas abrazando su fusil. Era viernes y estaba de guardia. Esa semana había sido atípica. A diferencia de los meses desde su llegada al frente sin ningún encuentro con los pilas, Melgar paso dos días agachado atrás de una piedra amiga escuchando los silbidos de las balas enemigas. Su respuesta se había limitado a deslizar su fusil por encima de su escondite disparando con los ojos cerrados. No había comido practicamente nada en dos días y, para su desgracia, recordó el sabor de la pasoca de los sábados. La cocinera era tia Negra, vecina de la cuadra que se hizo cargo de la crianza de Melgar a la muerte de su madre. Todos los sábados el canchón reventaba de amigos y parientes. Siempre había algo que comer y algo de que reír. Fue precisamente lo real del recuerdo lo que disparó su alarma. Se dio cuenta que había pasado la frontera del recuerdo y la añoranza a las telarañas del sueño y sus peligros. Lo primero que vio al abrir los ojos fue a Mercado mirándolo en silencio son su arma en las manos. Antes de que ninguno dijera nada, Mercado se desplomaba y su uniforme se manchaba de rojo a la altura del corazón. Alertado por el ruido, el Sargento Martinez apareció en un par de segundos. Melgar todavía tenía el fusil en las manos apuntando el vacio donde antes estuvo parado Mercado. "¿Que pasó aqui?", preguntó Martinez . "Nada", respondió sin inmutarse Melgar, "Lo pillé durmiendo de guardia". Martinez pestañeo dos veces y dijo, "Bien hecho soldado, con guerreros como usted ganaremos esta guerra". Dos horas después Melgar continuaba peleando contra el sueño y la aflicción de llegar a fin de semana con más bajas bolivianas que enemigas en su haber.
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