miércoles, 4 de noviembre de 2009

38

Confieso que fui tentado. De rato en rato la miraba de reojo. A veces me atrevía a tocarla y dejarme atrapar por la promesa de seguridad. Quería mantenerla a mi lado. Era como una cortina de humo que no hacía más que ocultar la permanente incertidumbre de la calle desnuda. En esos días era todopoderoso. Caminaba erguido y dominante, desafiando el futuro como maleable. Hipnotizado por el prestidigitador moderno que nos convence de nuestra autosuficiencia. Fui víctima y cómplice. Sin embargo el humo se disipó y me dejó ver los hilos de la ilusión. La verdad me miraba sonriente y cegadora. Conducía la barca que yo pensaba manejar. Que ella me hizo pensar manejar. Lo cierto era que no importaba cuan bien aprendía a nadar, la corriente iba a decidir cuanto tiempo iba a respirar. La noche que comprendí aquello, devolví la 38 a su dueño original. Los días de la ilusión de invulnerabilidad que me brindó la señora Colt fueron demasiados.

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