Si me lo pidieran, no podría reconocer qué efectivamente era verdad, qué estaba exagerando y qué era un total invento. Don Pacho tenía muchas historias. Y les gustaba contarlas. Y a mi me gustaba escucharlas, reales o no. El hombre había sido radiotécnico, contrabandista de medicamentos (como casi todo comerciante en este país), cazador de tigres, vendedor de autos, vendedor de productos eléctricos, metalmecánico, capataz de obra, dueño de plantaciones de ocoró, había escapado de ladrones armados en Panamá y de narcotraficantes en Beni, y había hecho muchas otras cosas en otros muchos lugares que no tuve el tiempo de conocer.
Tuvo que simplificar su nombre porque el cura extranjero que lo bautizó intentó un nombre impronunciable. Sus primero años los pasó en Santa Cruz, donde la arena te chicotea en agosto. Su madre lo había dejado al cuidado de sus abuelos y cuando tuvo que unirse a ella en La Paz me confesó que nunca pudo olvidar la primera vez que conoció a su padrastro. Más cercano al cine que a la vida real, la postal que lo esperaba cuando lo recogieron de la estación consistía en su madre caminando junto a un hombre que cojeaba visiblemente, vestido de negro y con un extraño sombrero del mismo color, los dos cubiertos por la fria neblina de esa ciudad extraña, que se daba modo para sobrevivir en el techo del mundo.
Le gustaba el monte. Una vez, por la misma región en que encontró el esqueleto de Jichi descansando en el fondo de una laguna seca, se perdió en una excursión de cacería donde pudo tumbar un anta de proporciones inverosímiles, pero no pudo cargarla de vuelta al campamento. Lo encontraron dos días después, todavía intentando llevar la carne que quedaba al lomo.
La muerte lo encontró solo y en pleno carnaval. Cuando sintió que su corazón se quebraba se levantó de donde estaba sentado en su patío y sus fuerzas no le alcanzaron para llegar a la cocina. Aunque las semanas anteriores lo había notado más cansado y aburrido que de costumbre, había desestimado la certeza con que hablaba acerca de próxima partida. "Yo creo que esta va a ser mi última aventura", me decía al equipar su tienda en la avenida principal del barrio. No estaba totalmente equivocado. Todavía le alcanzaría para otra más luego del fracaso de la tienda.
La última vez que visite el cementerio no pude encontrar a Don Pachito. Revise concienzudamente las filas de rectángulos de cemento sin tener éxito. Estaba seguro de la zona, pero no tenía un punto de referencia preciso para señalar donde descansaba mi amigo, entre las varias tumbas sin nombre. Sólo me saludaron el silencio y la calma que siguen al bullicio que es la vida.
Me hiciste pensar en ese silencio, el que sigue después de toda la vida, no importa si fuiste un Pancho con tantas aventuras o un sacoplomo denro de una finita rutina.
ResponderEliminarGusto leerte despues de tanto tiempo.
que bueno tenerte de vuelta, lastima que fuese con algo tan triste
ResponderEliminarGracias por pasar por aqui. Espero ser más constante con este espacio desde ahora.
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